miércoles, 21 de noviembre de 2012

Guerra en Venezuela


El desarrollo del conflicto Palestino-Israelí demuestra que la delincuencia venezolana es cinco veces más efectiva y más eficiente que el poderío militar israelí
Las imágenes del conflicto en la zona de Gaza son desgarradoras.  Para los occidentales constituyen un detonante de emociones observar fotografías de pequeños cuerpos desgarrados por metralla y aplastados por las paredes que antes fueran su abrigo;   Son las imágenes icono de las guerras que han sacudido al mundo, aquellas de las que quisiéramos alejar a nuestra querida Venezuela y a las que día a día nos acerca el loco régimen que gobierna nuestro país.  Para los involucrados en ellas, las instantáneas de la prensa son un arma más de lucha.  Sin entrar a considerar la autenticidad de las fotos, a ciencia cierta no se sabe si Israel les está lanzando misiles a los niños o si los terroristas de Hamás están poniendo niños en los sitios que Israel va a detonar.  
Para opinar sobre el conflicto palestino israelí es necesario conocer las motivaciones de cada una de las partes, así como también tener un conocimiento profundo de la religión, la idiosincrasia y los encuentros y desencuentros previos de ambos pueblos.
Pero el conflicto en el que los venezolanos podemos opinar con sobradas razones es en el nuestro propio país. Mientras en cualquier país latinoamericano la prioridad es la seguridad, en Venezuela la prioridad es la implantación de una revolución absurda.
Un conflicto absurdo
La génesis del conflicto palestino israelí se centra en la idea de la soberanía de la Franja de Gaza y Cisjordania, la eventual formación de un Estado palestino en dichas áreas, el estatus de la parte oriental de Jerusalén, de los Altos del Golán y de las Granjas de Shebaa, el destino de los asentamientos israelíes y de los refugiados palestinos, el reconocimiento de Israel y Palestina y de su derecho a existir y vivir en paz al abrigo de amenazas y actos de fuerza, así como la relación de Israel con Siria y el Líbano
La representación de la aspiración islámica es ejercida por Hamás, una organización palestina creada en 1987 y que se declara “yihadista, nacionalista e islámica”. Su objetivo, definido en su carta fundacional, es el establecimiento de un estado islámico en la región histórica de Palestina, el cual tendría como territorio los actuales Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza, con capital en Jerusalén. Para lograr este objetivo, Hamás cuenta con una serie de organizaciones dependientes que desarrollan sus actividades en muy diversos ámbitos, que abarcan desde la asimilación cultural y religiosa a los jóvenes a través de sus escuelas religiosas islámicas, la asistencia social a los palestinos más necesitados y a las familias de sus propios miembros muertos o presos en cárceles israelíes, la representación en las instituciones políticas palestinas a través de la lista Cambio y Reforma, hasta las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, brazo armado de la organización responsable de llevar a cabo decenas de atentados terroristas contra Israel.
A lo largo de su historia, Hamás ha recibido apoyo económico de muchas partes, incluyendo a jeques petroleros del Golfo y a gobiernos como el de Irán, Arabia Saudí y Siria. También otros gobiernos, como el de Venezuela y Cuba, han sido acusados de proporcionarle apoyo
En las elecciones generales palestinas de 2006 el partido Cambio y Reforma, ligado a Hamás, obtuvo la mayoría absoluta, lo cual le otorgó la potestad de formar el gobierno que lideró Ismail Haniye, lo cual generó una serie de sanciones por parte de algunos países occidentales y árabes que consideraban terrorista a Hamás.  El 14 de junio de 2007 Haniye fue destituido por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas y fue sustituido por Salam Fayad.  Haniye no admitió la destitución y continúa gobernando de facto la Franja de Gaza. Tras una serie de enfrentamientos y tensión creciente con su rival, la organización Al Fatah en 2007 las organizaciones armadas leales a la Autoridad Nacional Palestina de Hamás en la Franja de Gaza terminaron por expulsar del territorio a los partidarios de Al Fatah y se hicieron con el control total de la Franja. 
Desde entonces hasta la actualidad, Hamás gobierna la Autoridad Nacional Palestina de la Franja de Gaza, mientras su rival político Al Fatah mantiene el control de la ANP en Cisjordania.
A finales de diciembre de 2008 finalizó la tregua existente entre Hamás y el ejército israelí en la Franja de Gaza. Israel lanzó su primer ataque en la Franja de Gaza el 27 de diciembre de 2008, como represalia contra Hamás por el lanzamiento de cohetes desde Gaza hacia Israel. Un nuevo alto al fuego se decretó el 18 de enero del 2009, cuando Israel y Hamás declararon un cese de las operaciones militares. 
A pesar de esto, proyectiles y cohetes continuaron siendo disparados desde Gaza hacia los centros de población civil israelí, mientras que las Fuerzas de Defensa de Israel continuaron con sus ataques sobre la Franja de Gaza, situación que ha derivado en la situación actual, en la cual el “busca pleitos” es Hamás e Israel que no se hace esperar.  Actualmente Israel tiene tratados de paz vigentes con Egipto y Jordania que garantizan su convivencia pacífica.

La eficiencia del hampa venezolana 
En Venezuela, lejos de este conflicto, la situación debería ser diametralmente opuesta.  No obstante, a falta de guerra con otros países, conflictos internacionales o internos, existe una preocupante situación delictiva a la que el gobierno no le ha puesto freno.  Mientras el presupuesto para compra de armas aumenta, disminuye el asignado a seguridad de los ciudadanos.
A propósito del actual conflicto en el Medio Oriente, la situación venezolana ameritaría que sobre cada venezolano se construyera un “Iron Dome” al estilo del escudo de cohetería antiaérea que actualmente protege las principales ciudades israelíes de los misiles que a diario les son despachados desde la denominada Franja de Gaza.
Decimos esto, porque en la situación de conflicto que se está desarrollando entre Israel y Palestina, el escudo antimisiles israelí ha evitado que los cohetes disparados por los terroristas de Hamás causen las víctimas que espera el grupo terrorista.  A estas alturas del conflicto, Israel ha reportado solo tres víctimas entre la población durante los primeros días, mientras que en Venezuela en el mismo lapso el gobierno no le ha podido garantizar la vida por lo menos a 270 venezolanos.  Habría que pedirle al Ministro del Interior que en vez de estar creando más policías y anunciando planes inviables, debería al menos proveer a los venezolanos de un traje anti-balas o promover la importación de material de kevlar para la confección de prendas de vestir a prueba de balas.
Y es que la guerra venezolana hace suponer que la efectividad para el combate que posee el hampa es infinitamente superior a la de los israelíes.  
Mientras que en los primeros cinco días de intercambio de misiles, la cuenta de muertos en Gaza se elevaba a 52, el parte de guerra venezolano promedio es mayor que el israelí a razón de dos muertos por día, por lo que al comparar el período de cinco días, el saldo sería de 270 fallecidos.  No hay duda; el hampa venezolana es 5,2  veces más efectiva que el poderío militar tecnológico de Israel y no solo más efectiva sino que es más eficiente.
La cantidad de incursiones aéreas con sus costos asociados de combustible, armamento, depreciación de equipos y horas hombre para producir 52 muertes guardan una relación inversamente proporcional gigantesca con lo que le cuesta al hampa abatir a la misma cantidad de inocentes en las calles de Venezuela.

La guerra venezolana
Venezuela no sufre un conflicto armado interno, como Colombia ni la lucha contra los carteles, como en México. Mucho menos una guerra civil o muertes por razones étnicas o religiosas. Sin embargo, el país se ha convertido en uno de los lugares más violentos de la región. Casi 18.000 venezolanos, en su mayoría jóvenes, fueron asesinados en el 2011. El año 2012 indica que podría superarla.  La tasa de homicidios duplica a la de Colombia y es cuatro veces mayor a la actual de Irak. En el país de la "revolución bolivariana", la violencia está fuera de control.
A veces las estimaciones se quedan cortas como fue el caso de los asesinatos durante el año 2011.  Para noviembre del 2011, de acuerdo al Observatorio Venezolano de Violencia, en lo que iba de año se había registrado la página más violenta de todos los tiempos en Venezuela.  La proyección del año al mes de diciembre 2011 concluiría con 17.000 muertes violentas.  La realidad fue lapidaria con las estimaciones, porque al final del año la cifra se ubicó en 19.336 fallecidos, la mayoría jóvenes.
No obstante las alertas de las organizaciones no gubernamentales, la obstinada tesis del gobierno es que las cifras son alteradas y que “tan solo” se produce un total de 48 muertes por cada 100.000 habitantes, como si fuera poco que en un país tan violento como México, cuya tasa se ha mantenido estable en 18 asesinatos por cada 100 mil habitantes, a pesar del conflicto armado con el narcotráfico. También está por encima de Colombia, que logró bajar ese indicador a 41,8% en 2 décadas, en medio de una guerra de grupos irregulares y una lucha encarnizada entre carteles de la droga.
Cuando Hugo Chávez asumió el poder en 1999 heredó un problema difícil de resolver, pero su pésima gestión lo ha hecho imposible de atacar. Ya en ese entonces, Venezuela sufría los efectos negativos e injustos de un crecimiento económico explosivo. Los gobiernos anteriores no usaron las ganancias del petróleo debidamente para enfrentar de manera decidida la exclusión social y la pobreza. Mientras tanto, la criminalidad urbana y la corrupción política crecían día a día.
El régimen de Chávez prometió enfrentar estos problemas. Pero catorce años después, la situación ha empeorado visiblemente. 
El discurso oficial responde a las críticas indicando que el crimen es producto de causas estructurales, como la innegable pobreza o que se trata de "percepciones sociales de inseguridad". Así, el Gobierno minimiza la magnitud y el potencial destructivo de la violencia delictiva. Peor aún, algunas de sus actitudes incentivan un ambiente violento.
Ese es el caso cuando el Gobierno se muestra ambiguo frente a varios grupos armados o cuando es incapaz o no quiere hacer frente a la corrupción y a la complicidad delictiva en sectores de las fuerzas de seguridad. Además, su política de armar a los civiles "en defensa de la revolución" y la propia retórica incendiaria del presidente han contribuido a menoscabar la capacidad de las instituciones públicas de responder a las amenazas.
Asimismo, hay evidencia de un incremento de la actividad del crimen organizado internacional durante la última década. Por ejemplo, ante el acoso policial en Colombia, los capos  más buscados de ese país se trasladan hacia Venezuela, donde permanecen escondidos por años y es solo de manera fortuita cuando son descubiertos y arrestados.  Esto ha contribuido no solo al aumento de las tasas de homicidios, secuestros y extorsiones, sino también al crecimiento del microtráfico de drogas ilícitas. Como consecuencia, los barrios urbanos y pobres se han vuelto más violentos. Venezuela es ahora un corredor principal del narcotráfico. Organizaciones criminales se benefician de la corrupción generalizada y de la complicidad de las fuerzas de seguridad.
La fuerte politización de las fuerzas armadas causa también serios problemas. Su prioridad es defender al régimen y a la revolución primero y solo después responder a sus deberes constitucionales. La policía, a pesar de un intento aún inconcluso de reforma, es responsable de al menos el 20 por ciento de las muertes violentas, según información del propio gobierno. Los ataques a la independencia de jueces y fiscales han terminado neutralizando a buena parte del poder judicial. 
La prensa independiente lucha por sobrevivir. En un escenario tan conflictivo, los resortes institucionales para conducir investigaciones creíbles sobre el crimen y la corrupción son extremadamente frágiles.  Por ahora, la violencia política se mantiene más como una amenaza latente que como una realidad. 
El gobierno de Venezuela debe responder por sus propias acciones en los últimos años. Tiene que desarmar y desactivar las estructuras criminales, restaurar el Estado de Derecho y erradicar por lo menos el exceso de corrupción en las instituciones públicas. 
Según el sociólogo y director del Observatorio Venezolano de Violencia, Roberto Briceño León, se ha determinado que en Venezuela hay tres factores fundamentales que deberían regir a la sociedad y que no se cumplen: el primero es el rechazo al elogio a la violencia y el incumplimiento de las leyes; el segundo, la protección real que deben proveer los cuerpos de seguridad a los ciudadanos, y finalmente, debería existir un castigo eficaz a los delincuentes “El elogio de la violencia y de los violentos en los discursos, las milicias que se dice son guerrilla urbana, las estatuas de guerrilleros, las figuras violentas que adornan las oficinas públicas, todo eso que tiene una intencionalidad política posee un impacto en la violencia cotidiana

Mas muertos que en la guerra de Irak
La guerra de Irak cobró 162.000 muertos desde 2003 hasta su final. En Venezuela se registró el 76% de esas bajas en el mismo período y a pesar de haberse implementado al menos 20 planes de seguridad, los homicidios crecieron 223% en los últimos 14 años sumando un total de 155.788 asesinatos. Hasta los años 80, la tasa de homicidios del país se mantuvo en el promedio mundial de 8 por cada 100.000 habitantes. A partir de allí aumentó progresivamente hasta los 57 ciudadanos menos que el año pasado hubo por cada 100.000.
Según cifras presentadas por el Cuerpo de Investigación Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), el 40 % de los detenidos por los cuerpos de seguridad del Estado son menores de edad entre 13 y 17 años. 
La delincuencia juvenil es uno de los hechos sociales presentes en la población venezolana. Es considerado como uno de los temas más significativos en el país porque puede observarse más entre la población joven que entre la adulta.
Todas estas pérdidas de vidas humanas hacen de Venezuela un país de horror. El 95% de los asesinatos queda sin averiguación y sin justicia. La desorganización social en este aspecto ha llegado al punto en el que los familiares de los difuntos saben que es tiempo perdido el tratar de denunciar y mucho menos de llevar a tribunales a los asesinos. No les queda más remedio que esperar la justicia divina, que será la única que conozcan.